HISTORIAS PARA UNA CUARENTENA (IV): 55 días en Pekín

Bueno, en realidad, fueron algo más de 55 días y no transcurrieron en Pekín, sino en la provincia de Guangdong, o Cantón, como ustedes prefieran. Pero lo cierto es que cada vez que recuerdo mi experiencia en el gigante asiático, me viene a la cabeza la película de Samuel Bronston. Y no, no es que durante mi estancia allí tuviera que enfrentarme a ningún levantamiento nacionalista como en aquel film hiciera Charlton Heston metido en la piel del mayor Matt Lewis, ni mucho menos. Tan solo tuve que hacer frente al desasosiego, incertidumbre y, porque no decirlo, miedo, que me producía aventurarme a trabajar en aquel lejano país durante algunos meses del año 2009.

Hasta aquel momento, mis viajes más allá de las fronteras españolas se limitaban a un viaje escolar a Portugal, para celebrar el final de nuestra añorada EGB, con la seguridad que me proporcionaba hacerlo con mis, no menos añorados, profesores de entonces; a una inolvidable estancia en Escocia e Inglaterra con algunos de mis mejores amigos, que se convirtió en una suerte de viaje iniciático que marcó el tránsito definitivo entre nuestra adolescencia y adultez; y la luna de miel con mi exmujer en un resort de Punta Cana, un paraíso caribeño de la República Dominicana. Pero esto era algo totalmente diferente. Viajaba solo, a un país desmesurado en todos los aspectos, lejano y con una cultura totalmente diferente a la mía, para trabajar en la supervisión de un proceso de producción (y la responsabilidad que ello acarreaba) y sin acabar de tener claro cómo podría comunicarme con quien quiera que tuviera que comunicarme allí. Qué bien me hubieran venido en aquel momento los consejos de mi buen amigo Vicente Andreu Besó. Pero aun no le conocía.

La primera vez que me vi en el aeropuerto de Baiyun, me pareció inmenso, gigantesco. Para ser el tercer aeropuerto con más tráfico de China y uno de los 25 más activos del mundo, a la fuerza lo ha de ser, pero dada la emoción o incluso, conmoción, que me producía verme allí, a mí me lo parecía incluso más. Siempre cuento que mientras esperaba a que apareciera alguien para recogerme, me sentía como Paco Martínez Soria en “La ciudad no es para mí” (hoy, precisamente, me han recordado la película a través de un meme y eso me ha llevado a escribir este post). Pensaba en meterme debajo de algunos de los bancos que veía a mi alrededor y pasarme allí escondido el mes que debía permanecer en China durante aquel primer viaje. Más en serio, lo que si llegó a pasar por mi cabeza fue el renunciar a aquella experiencia, llamar a mi empresa y pedir que me retornaran a España tan pronto fuera posible. Afortunadamente no lo hice. A pesar de las consecuencias que el proyecto que me llevó a China tuvo para la mencionada empresa, y que indirectamente me afectaron a mí a nivel profesional, en lo personal (que es lo que, sin duda ninguna, más valoro ahora mismo) no me lo habría perdonado nunca. Por lo que aprendí, lo que crecí y lo que me enriquecí como individuo; y por como cambió mi visión del mundo y del lugar que cada uno de nosotros ocupamos en él.

Si el aeropuerto me pareció enorme, Guangzhou, la capital de la provincia, a la que también se la conoce como Cantón, me sobrepasó. En realidad, no trabajaba allí. La factoría estaba a unos 65 kilómetros al norte, en Aotouzhen, un municipio dependiente de Conghua, que es lo que allí se conoce como ciudad-distrito y que, a su vez, depende administrativamente de la propia capital. Pero como Conghua, con cerca de 600.000 habitantes, a juicio del propietario de la fábrica en la que yo trabajaba, no tenía apenas atractivos, los fines de semana me llevaba a Guangzhou para que pudiera conocer la ciudad. Lo cierto es que Hanson, así se llamaba el dueño de la empresa, desde el primer momento y consciente de las dificultades que podía suponer mi adaptación, no solo al trabajo sino a la vida en Cantón, estuvo siempre muy pendiente de mí. Durante la semana laboral, me alojaba en un apartamento que había en las instalaciones de la propia fábrica y que él ocupaba cuando por cuestiones de trabajo se quedaba allí (en realidad, él y su familia tenían su residencia principal en la capital). Era habitual que, por las tardes, cuando se encontraba en Aotouzhen, me llevara a conocer lugares cercanos de interés y después a cenar, en ocasiones con amigos o colegas empresarios. Pero, insisto, los fines de semana solía reservarme una habitación en el Landmark International Hotel de Guangzhou para que, junto con él y su familia en unas ocasiones, o en solitario en otras, disfrutara de lo que aquella ciudad de alrededor de 16 millones de habitantes podía ofrecer. Actualmente es la conurbación más grande de la Tierra, con cerca de 47 millones de habitantes (aproximadamente la población de España) si se cuenta junto a su área metropolitana, a los suburbios de la zona del Delta del río de las Perlas.

El primer fin de semana en Guangzhou lo pasé solo. El viernes por la tarde Hanson me dejó en el Landmark, situado en el corazón de Tianhe. Si Guangzhou es uno de los centros económicos, comerciales y administrativos más importantes de China, Tianhe es su distrito financiero. Piensen en lo que ello puede suponer. Alrededor del hotel se encuentran algunos de los edificios más característicos del skyline de la ciudad. Rascacielos que se encuentran entre los más altos de Asia, y algunos de ellos, del mundo. Pues bien, el mismo viernes, tras instalarme en mi habitación, di mi primer paseo por la zona. Simplemente abrumador. Recuerdo que antes de salir a la calle, y seguramente por indicación de Hanson, desde recepción me llamaron y me facilitaron un mapa en el que señalaron, de forma destacada, la ubicación del hotel, me dieron una tarjeta con la dirección en chino por si necesitaba tomar un taxi y me pidieron el número de mi móvil de empresa, supongo que para poder localizarme si mi regreso se demoraba más de lo previsible. Sinceramente, lo agradecí.

En aquel mapa, el amable recepcionista marcó diversos lugares de interés cercanos al hotel. Lo de cercanos es algo muy relativo. La percepción de las distancias es muy diferente en función de las referencias previas que uno tiene. Hasta ese momento, para mí, todo lo que fuera caminar más de 15 minutos significaba abandonar el área urbana de mi localidad. Ese tiempo fue prácticamente el mismo que me costó salir del recinto del hotel, cruzar la avenida y alcanzar la esquina más cercana. El CITIC Plaza fue el primero de esos lugares de interés que visité. Se trata de un complejo con varios edificios residenciales y un rascacielos de 390 metros de altura que se ha convertido en imagen icónica del distrito de Tianhe desde su finalización en 1996. Y junto al CITIC Plaza, el Tianhe Stadium, donde disputa sus partidos como local el Guangzhou Evergrande Football Club.

Aquel fin de semana lo dediqué a recorrer Tianhe hasta que el domingo a mediodía Hanson me recogió y me llevó a comer con toda su familia en un enorme restaurante de varias plantas, la primera de las cuales era como una especie de mercado en el que los comensales escogían los ingredientes que posteriormente se les servían cocinados. Pero el tiempo que pasé en China dio para visitar otros muchos lugares impresionantes (no solo en Guangzhou), para disfrutar (sí, disfrutar) de una gastronomía, la cantonesa, cuando menos sorprendente, para vivir experiencias fascinantes y para conocer los múltiples aspectos de una cultura apasionante. De todo ello habrá tiempo de hablar en futuras entradas.

Pero, sobre todo, me dio la posibilidad de conocer a gente, a la que, a pesar de la distancia cultural, nos unen más cosas de las que podemos imaginar. Mr. Li era el jefe de producción de la factoría en aquel momento. Debía tener más o menos mi edad, apenas hablaba inglés y, obviamente, yo no tenía ni idea de chino, pero el conocimiento que ambos teníamos de los procesos en la empresa, hacía que nos resultara relativamente fácil entendernos en el trabajo. Hubo un fin de semana que yo iba a pasar solo en el apartamento de la empresa, pues Hanson estaba en un viaje de negocios y no había opción para desplazarse a la capital. El viernes por la tarde, Mr. Li se interesó por mis planes para esos días y al saber que me quedaba en Aotouzhen, me propuso recogerme el sábado por la mañana para pasarlo con él y sus amigos en Conghua, donde todos vivían. Me recogió pronto y de camino a Conghua hicimos varias paradas en diferentes parajes, de los que recuerdo especialmente uno en el que destacaba la presencia de una pagoda de al menos 10 plantas en lo alto de una colina, desde la que se divisaba la ciudad completa. Tras aquella visita fuimos a recoger a sus amigos. Eran tres y ninguno de ellos hablaba inglés mucho mejor que Mr. Li. Comimos juntos en una especie de taberna, muy diferente a los restaurantes de la capital, pero que nos sirvió unos platos exquisitos. Por la forma en que el dueño del local se dirigía a nosotros, Mr. Li y sus compañeros debían ser clientes habituales. Y yo me sentí uno más.

Por la tarde nos reunimos con un grupo más numeroso de gente y fuimos a jugar a fútbol. Más bien jugaron ellos. Yo hice lo que pude. Llevaba años sin hacerlo y la inactividad pasa factura, pero la experiencia fue fantástica. No recuerdo si ganamos o perdimos, es lo de memos, pero tras el partido, nos cambiamos (a mi me habían prestado el equipo para jugar, pues obviamente, al salir de España no pensaba que acabaría jugando un partido de fútbol en un pequeño estadio cantonés) y fuimos a tomar unas cervezas. Fui el foco de muchas de las bromas durante la tertulia post-partido y yo me permití hacer algunas sobre algunos de mis compañeros de equipo. Tras varias rondas cambiamos de local y pedimos la cena. El ambiente seguía siendo muy agradable. Intercaladas durante la cena se fueron pidiendo varias rondas de lo que Mr. Li y compañía llamaban “white wine”, que no era vino, sino una especie de aguardiente que hizo aumentar las bromas y las risas. En ese contexto no pude dejar de hablar de moros y cristianos, e incluso sonó alguna pieza de música festera a través de mi móvil. Nos hicimos fotos y compartimos nuestros perfiles en redes sociales (aun mantengo contacto con algunos de ellos).

Fue una experiencia fantástica, no por lo excepcional, sino porque fue como estar cualquier sábado en casa, con mi gente, disfrutando de un ambiente que difuminó los miles de kilómetros que me separaban de ella. Desde entonces, al menos para mí, China no está tan lejos como parece.

«La reputación en los rankings o fuera de ellos» en Defender la Democracia (Valencia: Tirant lo Blanch, 2020)

La editorial Tirant lo Blanch acaba de publicar la obra colectiva «Defender la Democracia», en la que tengo el gusto de firmar junto a Maria De Miguel y Carlos Ripoll Soler el capítulo «La reputación en los rankings o fuera de ellos». En el enlace se puede consultar toda la información relativa a la publicación y a continuación está accesible una vista previa de la misma:

Evaluación del impacto del Coronavirus: ¿serán eficaces las políticas públicas que se están desarrollando en España ante esta crisis global?

Este artículo fue publicado por el Diario de la Evaluación el 23/03/2020 junto a la opinión de otros expertos respecto de las políticas y actuaciones públicas que se están poniendo en marcha frente a la pandemia del COVID-19, aún en fase de expansión, y que serán objeto de evaluación en los próximos años.

Los efectos que la pandemia del Covid-19 va a tener en todos los ámbitos de la sociedad están por determinar, pero en general estamos todos de acuerdo en que serán muy importantes. Los que, obviamente, nos preocupan más a corto plazo son aquellos que afectan a nuestra salud y consecuentemente a la capacidad de nuestros sistemas sanitarios para atender a todas aquellas personas que lo necesiten, y ante los que la práctica totalidad de los gobiernos han planteado determinadas medidas. Estas medidas van en la línea del aislamiento de los casos positivos, el confinamiento domiciliario, el cierre de centros educativos, suspensión de ciertas actividades y medidas de distanciamiento social más o menos restrictivas. Pues bien, un trabajo publicado por el Imperial College de Londres (https://www.imperial.ac.uk/media/imperial-college/medicine/sph/ide/gida-fellowships/Imperial-College-COVID19-NPI-modelling-16-03-2020.pdf), realizado por expertos en epidemiología del Abdul Latif Jameel Institute for Disease and Emergency Analytics (J-IDEA), en el que se evalúa la eficacia de estas medidas en base a la evidencia de sus resultados en ciertos países y de proyecciones sobre los datos en la evolución de la expansión del virus, concluye que se trata de medidas no solo eficaces sino absolutamente necesarias para reducir sensiblemente el número de muertes. Se trata de un artículo de muy interesante lectura que ha conseguido, que por ejemplo, Boris Johnson y su gabinete se replanteen su irresponsable estrategia de inacción frente al coronavirus, que podría llevar a alcanzar el medio millón de muertos en el Reino Unido. Estamos ante un ejemplo claro del papel que la evaluación de políticas puede desempeñar como herramienta para la toma de decisiones.

Por otra parte, estas medidas de control de la enfermedad tienen a su vez un impacto tremendo en la economía. China, por ejemplo, que ha conseguido frenar el avance del virus a través de estrictas y duras medias de confinamiento y distanciamiento social, ha visto como su producción industrial, ventas y nivel de inversión se han desplomado en porcentajes que rondan el 20% en ciertos casos y su PIB puede verse reducido entre un 10% y un 20% respecto a enero y febrero de 2019. Este escenario se repetirá según los expertos en aquellos países que hemos seguido la estela de China en cuanto a las medidas de control sanitario. La intervención de los gobiernos es por tanto necesaria para paliar los efectos económicos del coronavirus. Ahora bien, valorar la eficacia de las medidas económicas propuestas por el gobierno en este sentido, de la misma forma como se pueden evaluar las medidas de tipo sanitario es bastante más difícil. En ese contexto, el sanitario, nos movemos en un escenario tal vez más controlable a nivel local pero ante una economía globalizada, la mayor o menor eficacia de las políticas que adopten los gobiernos puede depender en gran medida de una respuesta común tanto a nivel europeo como global. Medidas como demorar el pago de las cuotas de las hipotecas, ayudar a las empresas para que no despidan trabajadores, autorizar ERTEs en determinadas condiciones y sufragar una buena parte de los costes con dinero público, es probable que ayuden a paliar a corto plazo los efectos de la grave crisis económica que parece que se avecina, pero en el medio plazo cabe tener en cuenta el coste que todo ello puede tener para las arcas públicas. En este sentido, la evaluación de proceso y el seguimiento de las medidas propuestas para ir adaptándolas a la evolución de la situación puede ser crucial para gestionar la citada crisis de la mejor manera posible.

HISTORIAS PARA UNA CUARENTENA (III): Cuando cubríamos los partidos del Valencia…

Desde mediados de la temporada 1997/1998 hasta la finalización de la 2000/2001, esto es, durante algo más de tres años, trabajé en la radio. Me divertí en la radio, debería decir en realidad. No era mi ocupación principal. Estaba empleado en una fábrica de guitarras, de hecho. Pero durante todo ese tiempo presenté, y a lo largo de una temporada también dirigí (aunque no tuviera ni idea de lo significaba eso en aquel momento), un programa diario de actualidad deportiva de una hora de duración (“Esports de Élite”, se llamaba) en una emisora de ámbito comarcal (Radio Élite, de ahí el nombre del programa). Lo hice junto, y gracias a, uno de mis mejores amigos, que, a finales de 1997, con el apoyo de su familia, se había lanzado a emprender en el mundo de la comunicación. Y no le ha ido nada mal pues la emisora creció, se asentó y se mantiene como un referente entre los medios de la zona.

A ambos nos apasionaba la radio deportiva. Él se estaba formando en la materia y yo tenía la espina clavada de haber tenido que dejar, precipitadamente, los estudios de Comunicación Audiovisual. No partíamos de cero, por tanto, pero, aun así, cuando ahora echo la vista atrás, me preguntó cómo éramos capaces de dedicar una hora diaria de radio a la actualidad deportiva de una comarca del interior de Alicante. Pero lo hacíamos y, de hecho, “Esports de Élite” se convirtió en el programa estrella de la parrilla de programación. Todos los anunciantes querían sus cuñas en aquella suerte de, salvando las enormes distancias, “Larguero” de regional. Lo cierto es que aquel programa bebía mucho del estilo desenfadado y próximo al oyente del primer José Ramón de la Morena, el que hablaba de deporte con el tono en que lo hacen unos amigos en una terraza tomando unas cervezas, pero con rigor y objetividad.

Siguiendo con el paralelismo, la sintonía que escogimos, “El Taqui-Taqui” de la banda dominicana Ilegales, se convirtió también en uno de los éxitos de la emisora. Algunos oyentes llegaban a pedirla en los clásicos programas de dedicatorias musicales de la época. Su letra era ya una declaración de intenciones sobre lo que le esperaba al oyente de “Esports de Élite”:

El que no vino a bailar,

el que no vino a gozar,

que se vaya parando

porque todo el que esta aquí vino a rumbear,

porque todo el que esta aquí vino a rumbear…

«El Taqui-Taqui» de Ilegales, sintonía de «Esports de Élite»

En definitiva, como decía al principio, eso era lo que buscábamos, divertirnos y divertir a los oyentes. Éramos jóvenes, inconscientes y sin ningún tipo de atadura, lo que nos permitía intentar cualquier cosa que se nos ocurría sin temor a negativas o a posibles consecuencias. Las anécdotas que ello provocó son numerosas. Tal vez pueda ir contando algunas de ellas en futuras entradas.

Pero además del programa diario, semanalmente retransmitíamos los partidos del Muro C.F., que en la temporada 1997/1998 había conseguido su primer ascenso a la Regional Preferente valenciana. Cuando no coincidía en día y hora con el partido del Muro, también cubríamos los que, en la 2ª División B española, jugaba como local en el mítico campo de El Collao el C.D. Alcoyano. Incluso llegábamos a seguir la actualidad del Hércules C.F., en el que destacaba el murero Álex Pascual, visitando de vez en cuando el Rico Pérez de Alicante. Y un día pensamos, ¿por qué no cubrir los partidos del Valencia C.F. para Radio Élite? Y, en la medida de nuestras posibilidades, lo hicimos.

El responsable de prensa del Valencia fue muy amable. Cuando le comentamos que éramos una pequeña emisora comarcal nos explicó que, obviamente, no podríamos conseguir credenciales de prensa para todos los partidos. Solo para aquellos con menos tirón en los que no se alcanzaba el cupo establecido de acreditaciones. Para nosotros era más que suficiente. De hecho, era mucho más de lo que esperábamos. Y en Mestalla que nos plantamos.

La primera vez, si no recuerdo mal, fue la noche del 25 de agosto de 1998 en el partido de vuelta de la final de aquella extraña competición que se inventó la UEFA a mediados de los 90, la Copa Intertoto. El Valencia de Ranieri y de los Cañizares, Björklund, Carboni, Roche, Angloma, Soria, Mendieta, Angulo, Schwarz, Lucarelli e Ilie (once inicial de aquella noche), batía al Austria Salzburgo por 2 goles a 1, lo que sumado al 0-2 de la ida, le hacía proclamarse campeón de aquella edición, consiguiendo así el billete para la Copa de la UEFA e inaugurando la que, durante las siguientes 5 o 6 temporadas, sería la mejor época de la historia del club.

Esa noche llegamos pronto a Mestalla. De hecho, llegamos por la tarde. Nos acompañaba un tercer amigo que con el paso del tiempo ocuparía el puesto que yo dejaría vacante en Radio Élite debido a mis obligaciones profesionales “formales”. No sabíamos bien a dónde y a quién debíamos dirigirnos. Hasta que encontramos la puerta por la que debíamos acceder al campo, pasamos un rato desorientados. Pero a partir de ese momento, como en casa. Nos dieron nuestras credenciales y nos indicaron cual era nuestra cabina. “¿Cabina?” Nuestras caras fueron tan expresivas que la persona que nos atendía nos o tuvo que repetir: “sí, cabina”.

De camino a dicha cabina, pasamos junto a las de otros medios, todas ellas con sus correspondientes equipos técnicos para la emisión en directo. ¿Y nosotros? pues un par micros y grabadoras. Los medios materiales de la emisora eran todavía muy limitados. Los partidos del Muro C.F. como local se retransmitían a través de una rudimentaria unidad móvil de alcance reducido y todas las conexiones en los desplazamientos se realizaban vía móvil. Por otra parte, partidos como el de ese día, estaban totalmente fuera del horario de la programación habitual de la emisora por lo que no había ningún técnico en el estudio que pudiera gestionar las conexiones en directo. Nos conformábamos con conseguir alguna declaración de los protagonistas del encuentro que emitir al día siguiente en el programa. Ahora bien, por no desentonar entre tantos profesionales, y una vez instalados en nuestra cabina, iniciamos nuestra particular narración del encuentro sin importarnos el hecho de que el único oyente fuera nuestro asombrado compañero de viaje.

Acabado el primer partido del Valencia C.F que “cubríamos” para Radio Élite, como decía, nuestro objetivo era conseguir algunas declaraciones, pero no sabíamos ni dónde ni cómo. Así que ideamos un plan básico pero efectivo. Identificamos a algún periodista de uno de los medios “importantes” y lo seguimos. Y así llegamos a la salida de los vestuarios. Desconozco si ya en aquella época existía lo que hoy se conoce como “zona mixta” en la que los jugadores atienden a la prensa. Pero si la había, desde luego no parecía ser aquella. No estoy seguro de donde estábamos, pero en aquella estancia no había mucha prensa. Más bien poca.

Tras esperar un rato, temerosos de que en un momento dado llegara algún responsable de seguridad a pedirnos que nos retiráramos, vimos desfilar a los jugadores austriacos. No conocíamos a ninguno. Del Austria Salzburgo solo teníamos referencias de su entrenador, Hans Krankl, que a finales de los 70 y principios de los 80 había jugado en el F.C. Barcelona consiguiendo un trofeo Pichichi. Pero a él no lo vimos. Y casi sin darnos cuenta empezaron a desfilar los jugadores valencianistas. Emocionados, pudimos hablar con varios de ellos.

En un momento dado tuvimos problemas con una de las grabadoras y mientras, distraídos, tratábamos de solucionarlo, nuestro compañero sujetaba los micrófonos, de tal forma que al pasar Adrian Ilie por delante de él entendió que le estaba pidiendo alguna declaración. Parece que aquella noche la Cobra no tenía demasiadas ganas de hablar y adelantándose a cualquier interpelación que, en cualquier caso no iba a producirse, espetó en dirección al micro un seco “no comment”. Con semblante serio, nuestro involuntario reportero le contestó: “jo tampoc t’he preguntat res…”.

No sé si Ilie entendió aquella frase, pero lo cierto es que sin mediar más palabras se dio la vuelta y se fue. Nosotros, atentos a la salida de otros jugadores, pudimos recoger algunas declaraciones más. Pero fue en el camino de vuelta, en mi viejo Volkswagen Golf II, cuando recordando y comentando la escena con Ilie, nos dimos cuenta de lo gracioso de la misma. Nos reímos de ella durante una larga temporada.

Tras aquella noche, volvimos otras veces a Mestalla. Tampoco fueron demasiadas, pero fuimos adquiriendo confianza. Con Cúper en el banquillo asistimos a alguna rueda de prensa post-partido. Recuerdo la primera, en un partido contra el Celta de Vigo, en la que nos sentamos en la primera fila de butacas junto a la gente de TVE1 y Antena 3. No recuerdo quien de ellos me preguntó de qué medio era, y con orgullo le respondí señalando mi acreditación “Radio Élite, claro”. Su cara, un poema.

Ya no estoy seguro de si fue ese mismo día, o tras acabar otro partido, en un momento dado seguimos a Paco Nadal, de Canal 9, hasta el palco VIP, donde él entró sin problema. Nos miramos y pensamos, “bueno, probemos”. Llamamos a la puerta y nos abrió un guardia de seguridad. Con actitud segura y sin esperar a que el guardia hiciera ninguna pregunta, nos identificamos con nuestra acreditación como hacen los policías en las películas americanas, sin dar tiempo a que nadie vea si lo que muestran es una placa de policía o el carnet de la biblioteca. La cuestión es que el vigilante se apartó y nos permitió la entrada. Y allí nos vimos, como si fuéramos periodistas influyentes de verdad, departiendo amistosamente con los Cortés, Ortí o Subirats, sobre fútbol y sobre el Valencia C.F.

Lamentablemente, me da la impresión de que en la actualidad, ni la prensa, ni el fútbol, ni el Valencia C.F. son ya lo mismo que eran entonces.

HISTORIAS PARA UNA CUARENTENA (II): «Y tú, arcadio, ¿cuál es tu oficio?»

Desde junio de 2010 soy miembro de la Filà Contrabandistes de la Serra Perenxisa de Torrent. Si algo nos caracteriza son los estrechos lazos afectivos que se establecen entre todos nosotros, la camaradería y la lealtad al grupo humano que conformamos. En este sentido, desde que allá por el 2006, el Leónidas interpretado por Gerard Butler, arengara a sus 300 soldados con la sencilla pregunta, «¡Espartanos! ¿cuál es vuestro oficio?», el simbólico y poderoso «¡AUU, AUU, AUU!» que estos respondieron simultánea y acompasadamente, se convirtió en nuestro grito de guerra más identificativo. De hecho, el visionado en grupo de la película de Zack Snyder, se convirtió en una especie de ritual de afianzamiento de aquellos valores, que repetíamos anualmente pocos días antes del inicio de las fiestas de Moros y Cristianos de Torrent, nuestras particulares Termópilas.

Hace unos cuantos años que ya no lo hacemos. Supongo que habremos madurado (un poco, al menos). Pero recuerdo que la primera vez que vi 300 con los 30 que aproximadamente éramos entonces, entre los múltiples chistes que surgían en relación con los diálogos de la película, lancé uno que tuve que explicar en aquel momento pues nadie entendió, pero que se convirtió en un “clásico” a partir de entonces. Segundos antes de que Leónidas interpele a su tropa con la mencionada pregunta para mostrar al general Daxos el carácter de su tropa, el líder espartano pregunta a uno de los hombres de este, «Y tú, arcadio, ¿cuál es tu oficio?». En aquel momento, suplantando a quien en el film se identifica como escultor, no pude evitar contestar, “¡Colombari!”.

La colombicultura es una actividad considerada oficialmente como deportiva, fuertemente arraigada en la Comunidad Valenciana, que para mucha gente es una mera afición y para quienes la practican, una pasión, una forma de vida. Mi abuelo era de estos últimos. Mi abuelo era “colombari”. Así, “colombari”, no colombaire. Y lo decía siempre con orgullo, con la boca llena. Mi abuela no lo llevaba tan bien. Esta actividad absorbe muchas horas (y cuando digo muchas, como en el anuncio de KFC, quiero decir muchas muchas) a quienes la practican, y obviamente esas horas se les quitan a otras actividades. Me consta que este conflicto familiar era y es habitual en las familias de los “colombaris”. A pesar de ello, en casa de mis abuelos siempre se expusieron, con mucho orgullo, todos los numerosos trofeos que los palomos conseguían en los concursos locales y regionales. Y es que mi abuelo fue “colombari” toda la vida y eso da para mucho.

Hablo de palomos y no de palomas, porque la modalidad que practicaba mi abuelo era la de la “solta”. En esencia, esta modalidad consiste en eso, en soltar un determinado número de machos (con diferentes pinturas en las alas para poder identificar al animal en los diferentes lances de la prueba y así anotar las puntos que va obteniendo) y una hembra (que se distingue por unas plumas blancas sobresalientes en su cola) y ver que palomo es capaz de llevarse a la paloma a su palomar, o al menos permanecer el máximo tiempo posible junto a ella, en pugna con el resto de los palomos. Un ritual de cortejo, vamos. Preparar a un palomo para ser capaz de conseguir este objetivo es una ardua tarea. No todos valen y no todos llegan a competir. De hecho, uno de los platos estrella de mi abuela era el arroz meloso con pichón.

Teniendo en cuenta esto, es posible entender los estrechos lazos que se crean entre el “colombari” y sus palomos. Un par de ejemplos ilustrativos. El primero. El apodo con el que mi abuelo era conocido en el pueblo era el nombre de uno de los palomos que más alegrías, en forma de trofeos, le había dado en las competiciones locales. El segundo. En mi vida, recuerdo haber visto llorar a mi abuelo muy pocas veces. Dos, probablemente. Y las dos por la muerte de alguno de sus animales. De hecho, en uno de los estantes del comedor de casa (y tengo la imagen grabada en mi mente como si la estuviera viendo ahora mismo), en un lugar destacado de la estancia, sobresalía la figura de un palomo buchón valenciano, erguido, soberbio, arrogante, de plumaje bayo, que mi abuelo ordenó disecar tras morir al golpearse en pleno vuelo con un cable de alta tensión. Nunca me han gustado los animales disecados, ni siquiera en los museos, pero este fue el mayor homenaje (y así lo entendí siempre) que mi abuelo pudo rendir al animal con quien tantas horas había compartido.

Durante unos años, siendo yo pequeño, me interesé por la colombicultura, y mi abuelo, orgulloso, me subía con él al tejado de casa, donde desde una rudimentaria plataforma hecha con tablones seguía las evoluciones de sus palomos durante las largas horas de “solta”. Nunca entendí bien como era capaz de “entrenar“ a los palomos, pero me fascinaba pasar el tiempo allí, junto a él, viéndolos volar mientras me explicaba lo bien que lo hacía “el blau”, las maneras que apuntaba “el moraxo” o lo que estaba costando que “el roig” entrara al trapo.

Una de aquellas tardes en las que me subía corriendo a la terraza cuando llegaba a casa del colegio, mi abuelo me esperaba con un palomo en la mano. Al verme, me lo entregó y me dijo: “este fumat és teu”. ¡Qué emoción! Me sentí “colombari”. El “fumat” era mi palomo. Esa misma tarde ya lo solté yo mismo. Seguía sin entender bien cual era mi papel, qué debía hacer. Pero me sentía responsable. Ese animal era mío, y debía cuidarlo y hacer de él un campeón, pues mi abuelo me dijo que lo iba a inscribir en el concurso organizado por la Sociedad de Colombicultura local. Obviamente, el trabajo “sucio” lo seguía haciendo mi abuelo pero me hacía sentir que los avances del palomo los conseguía yo. Y cuando llegó el día del concurso, mi “fumat” se clasificó entre los 10 primeros y conseguí mi primer trofeo. No cabía en mí de gozo. Hasta mi abuela, a pesar de todo, vino a la comida que la Sociedad organizaba ese día. Puedo recordar perfectamente su cara y la de mi abuelo cuando me llamaron para recoger el trofeo. Orgullo y alegría a partes iguales. A partir de entonces y durante muchos años, mi trofeo compartió estante con el palomo bayo de mi abuelo.

Durante un tiempo, seguí compartiendo horas con mi abuelo en el tejado de casa. Incluso empecé a acompañarle algunas veces a la sede de la Sociedad, la recordada caseta “Cabuda”. Allí conocí a “colombaris” tan apasionados como mi abuelo, “Marrí”, “Morcilla”, “Sargento”, Arcadio (sí, Arcadio)… Pero crecí y mis intereses cambiaron y las horas en el tejado cada vez fueron menos y mi abuelo envejeció y los palomos cada vez fueron menos. Ahora bien, los valores que mi abuelo me inculcó a través de esta actividad nunca han desaparecido, aunque tuviera que venir, muchos años después, un Leónidas americanizado para revivir estos recuerdos en mi interior.

HISTORIAS PARA UNA CUARENTENA (I): El día que fiché a Salenko

Soy afortunado. Durante el tiempo que dure esta desconcertante situación provocada por el coronavirus, voy a poder teletrabajar. He aprovechado el fin de semana para acondicionar el despacho de casa y poder hacerlo lo más cómodamente posible. Lo tenía pendiente desde hacía años. Lo de ordenar el despacho, quiero decir. Con el paso del tiempo, se había convertido en un cajón de sastre en el que mi mujer y yo amontonábamos, sin orden ni concierto, libros y materiales diversos relacionados con nuestra actividad profesional y con nuestros intereses personales. Satisfecho con el resultado, me he sentado frente el ordenador justo en el momento en que muchos de mis vecinos salían a sus balcones y se asomaban a las ventanas a aplaudir y jalear la labor de los profesionales sanitarios que están luchando, en primera línea de batalla, contra el virus que está poniendo en jaque a la humanidad. Al mismo tiempo revisaba en internet las múltiples iniciativas que, en el poco tiempo transcurrido desde la declaración del estado de alarma, la propia sociedad ha lanzado con el objetivo de paliar los inconvenientes que el necesario confinamiento domiciliario pueden provocar. Basta revisar la web “Frena la curva”, para ver como la iniciativa ciudadana es fuente de innovación social y ejemplo de resiliencia cívica, tal y como apunta la propia página.

A la vista de estas propuestas nacidas de la voluntad popular para hacer más llevadera la situación que nos tocará vivir durante las próximas semanas, me he planteado que tipo de acción podría desarrollar desde este remozado despacho para aportar algo de entretenimiento a las personas de mi entorno (y a todas aquellas que tengan a bien seguir mis publicaciones). Y dado que gran parte de mi trabajo se traduce en escribir, he pensado en hacer eso, en dedicar cada día un poco de tiempo a contar, a través de este blog al que nunca le he podido dedicar la atención que me hubiera gustado, ciertas vivencias personales, que sin ser nada extraordinario, tal vez puedan ayudar a alguien a desconectar de la realidad vírica actual. No es gran cosa, lo sé. Ni siquiera estoy seguro de escribir bien. Desde el punto de vista literario, me refiero. Pero si consigo que esto ocurra, aunque solo sea por unos minutos, me daré por satisfecho. Y si le puedo sacar una leve sonrisa a alguna persona, todo esfuerzo habrá valido la pena. Vayamos, pues, a por la primera de estas vivencias…

El 28 de junio de 1994, en Stanford (California, EE.UU.), Oleg Anatólievich Salenko alcanzó la gloria futbolística al marcarle cinco goles, defendiendo los colores de Rusia, a la selección nacional de Camerún, en un intrascendente partido de la Copa Mundial de la FIFA y que, sin embargo, ha pasado a la historia del fútbol. Y lo ha hacho por los cinco goles de Salenko y por el solitario gol del veterano camerunés Roger Milla, el futbolista de mayor edad en perforar la red contraria en un Mundial (42 años tenía el zagal en aquel momento). Nadie lo había hecho antes, lo de los cinco goles en un partido mundialista. Y nadie lo ha vuelto a hacer después. Sin duda, los que vimos aquel partido lo tenemos grabado en la memoria.

Aquellos cinco goles, junto con otro que el ruso ya le había marcado a Suecia de penalti cuatro días antes, le valieron a Salenko la Bota de Oro de aquel Mundial, ex aequo con el búlgaro Hristo Stoichkov. De poco sirvió a la selección rusa aquel logro. No pasó de la primera fase a pesar de la brillante generación de futbolistas que acompañaban al delantero de San Petersburgo (Onopko, Radchenko, Karpin, Kharine, entre otros muchos) y que llegaba a disputar el mundial como jugador del Valencia C.F. tras temporada y media brillantes en el C.D. Logroñés.

En el verano de 1998, la estrella de Salenko ya hacía tiempo que se había apagado, en gran medida debido a las múltiples lesiones sufridas durante los dos años anteriores. No tengo claro si durante aquel agosto aun formaba parte de la plantilla del Instanbulspor, al que había llegado después de su efímero paso por el Valencia y el Glasgow Rangers escocés, pero creo recordar que ya estaba tratando de buscar un nuevo destino tras dos temporadas prácticamente en blanco en el fútbol turco. De lo que sí estoy seguro, es de que para mí y alguno de mis amigos, enfermos de fútbol en aquella época, encontrárnoslo en el puerto de Calpe fue un auténtico acontecimiento.

Éramos un grupo amplio de 15 o 16 amigos con edades comprendidas entre los 20 y 25 años aproximadamente. Todos (o casi todos) con pocas obligaciones, trabajos lo relativamente buenos como para tener cierta independencia económica y muchas ganas (eso sin duda) de diversión. Solíamos pasar parte las vacaciones de verano en alguna de las playas de las costas de Alicante o Valencia. Aquel verano, tres de los miembros del grupo, hermanos entre ellos, propusieron El Portet de Moraira como destino. Allí, su familia tenía un magnífico chalet, testigo de intensas jornadas que podrían dar para diversas entradas en el blog. Durante una de ellas, quisimos aprovechar la cercanía con Calpe para comer en una de las marisquerías de su puerto. Siempre han tenido muy buena reputación. Fue en el Restaurante El Camión, si no recuerdo mal.

La comida transcurrió como siempre transcurrían, entre risas y bromas. Y también como siempre, llegamos a la tertulia de sobremesa con café, copa y puro. Entonces, uno de esos enfermos de fútbol que comentaba lo reconoció. Un par de mesas más allá de la nuestra estaba Salenko, Bota de Oro del Mundial de 1994, con quienes supusimos que serían su mujer e hijo y una pareja de amigos. Dio la casualidad que en ese momento la camarera que les atendía, que también servía nuestra mesa, pasaba junto a mí con la bandeja de cafés y copas para la mesa del futbolista ruso. Inspirado por el recuerdo de aquel inolvidable e histórico partido de cuatro años antes en EE.UU., y ante la cara de sorpresa de quienes se sentaban a mi lado, le dije a la camarera que cargara a nuestra cuenta aquel pedido. Así, como si de una glamurosa escena de cine se tratara, la muchacha sirvió la mesa de Salenko indicando con un discreto movimiento de cabeza la procedencia de la inesperada invitación. Con la misma discreción, todas las personas sentadas a la mesa alzaron sus copas hacia nosotros mientras asentían en señal de agradecimiento. La única mirada que se encontraron fue la mía. En ese instante yo sostenía una copa de whisky en una mano y un cigarro habano en la otra, y como si invitar a futbolistas internacionales fuera algo habitual para mí, respondí al gesto alzando también mi copa mientras negaba suavemente con la cabeza como restando importancia al hecho.

Era la época de esplendor en el fútbol español de personajes como Gil, Lendoiro, Lopera o Caneda. Teniendo en cuenta esto, es posible imaginar cómo transcurrió la tertulia a partir de ese momento. Las comparaciones fueron inmediatas y dado que la mayoría de nosotros formábamos parte de un equipo de fútbol sala que competía, con más pena que gloría pero con mucha ilusión, en la liga local, pasé inmediatamente a ser el Pedro Cortés del conjunto. Las bromas iban en la línea de fichar a Salenko para la inminente temporada y en esas estábamos hasta que vimos que el futbolista se levantaba y junto al resto de acompañantes se dirigían hacia mí. Amablemente me tendió la mano y me dio, esta vez de palabra, las gracias por la invitación. Iniciamos una cordial conversación y siguiendo la chanza de nuestra mesa, le indiqué lo importante que sería para el equipo que presidía poder contar con un futbolista de su calidad. Repitió un par de veces que le encantaría volver a jugar en España. Tras firmar un contrato improvisado en un ejemplar de Súper Deporte que casualmente alguien llevaba encima y varios autógrafos entre los clientes del restaurante que lo reconocieron al acercarse a hablar conmigo, hizo que el niño me diera un beso de despedida y se fueron en dirección a su coche. Para completar la escena, al pasar por delante de la terraza con su lujoso descapotable hizo sonar el claxon mientras todos los ocupantes alzaban sus manos mientras nos decían adiós.

Aquella anécdota fue explotada por mis amigos durante al menos un par de años, en los que Pedro Cortés protagonizaba una parte importante de nuestras comidas o cenas. De cualquier forma, Salenko resultó ser un tipo simpático que supo seguir nuestra broma con cortesía y afabilidad. Además, nos dijo la verdad y la temporada siguiente la pasó jugando (aunque más bien poco) para el Córdoba C.F. en la Segunda División española. Acabó su carrera futbolística la temporada 2000/2001 en Polonia disputando apenas un partido oficial en el Pogoń Szczecin y posteriormente jugó al futbol playa con la selección de su país. Lo cierto es que el 28 de junio de 1994, el día en que Salenko alcanzó la gloria futbolística, fue también el día en que se inició su declive.

Pero al menos por un día fue la estrella de nuestro modesto equipo de fútbol sala…