Este artículo fue publicado por el Diario de la Evaluación el 23/03/2020 junto a la opinión de otros expertos respecto de las políticas y actuaciones públicas que se están poniendo en marcha frente a la pandemia del COVID-19, aún en fase de expansión, y que serán objeto de evaluación en los próximos años.
Los efectos que la pandemia del Covid-19 va a tener en todos los ámbitos de la sociedad están por determinar, pero en general estamos todos de acuerdo en que serán muy importantes. Los que, obviamente, nos preocupan más a corto plazo son aquellos que afectan a nuestra salud y consecuentemente a la capacidad de nuestros sistemas sanitarios para atender a todas aquellas personas que lo necesiten, y ante los que la práctica totalidad de los gobiernos han planteado determinadas medidas. Estas medidas van en la línea del aislamiento de los casos positivos, el confinamiento domiciliario, el cierre de centros educativos, suspensión de ciertas actividades y medidas de distanciamiento social más o menos restrictivas. Pues bien, un trabajo publicado por el Imperial College de Londres (https://www.imperial.ac.uk/media/imperial-college/medicine/sph/ide/gida-fellowships/Imperial-College-COVID19-NPI-modelling-16-03-2020.pdf), realizado por expertos en epidemiología del Abdul Latif Jameel Institute for Disease and Emergency Analytics (J-IDEA), en el que se evalúa la eficacia de estas medidas en base a la evidencia de sus resultados en ciertos países y de proyecciones sobre los datos en la evolución de la expansión del virus, concluye que se trata de medidas no solo eficaces sino absolutamente necesarias para reducir sensiblemente el número de muertes. Se trata de un artículo de muy interesante lectura que ha conseguido, que por ejemplo, Boris Johnson y su gabinete se replanteen su irresponsable estrategia de inacción frente al coronavirus, que podría llevar a alcanzar el medio millón de muertos en el Reino Unido. Estamos ante un ejemplo claro del papel que la evaluación de políticas puede desempeñar como herramienta para la toma de decisiones.
Por otra parte, estas medidas de control de la enfermedad tienen a su vez un impacto tremendo en la economía. China, por ejemplo, que ha conseguido frenar el avance del virus a través de estrictas y duras medias de confinamiento y distanciamiento social, ha visto como su producción industrial, ventas y nivel de inversión se han desplomado en porcentajes que rondan el 20% en ciertos casos y su PIB puede verse reducido entre un 10% y un 20% respecto a enero y febrero de 2019. Este escenario se repetirá según los expertos en aquellos países que hemos seguido la estela de China en cuanto a las medidas de control sanitario. La intervención de los gobiernos es por tanto necesaria para paliar los efectos económicos del coronavirus. Ahora bien, valorar la eficacia de las medidas económicas propuestas por el gobierno en este sentido, de la misma forma como se pueden evaluar las medidas de tipo sanitario es bastante más difícil. En ese contexto, el sanitario, nos movemos en un escenario tal vez más controlable a nivel local pero ante una economía globalizada, la mayor o menor eficacia de las políticas que adopten los gobiernos puede depender en gran medida de una respuesta común tanto a nivel europeo como global. Medidas como demorar el pago de las cuotas de las hipotecas, ayudar a las empresas para que no despidan trabajadores, autorizar ERTEs en determinadas condiciones y sufragar una buena parte de los costes con dinero público, es probable que ayuden a paliar a corto plazo los efectos de la grave crisis económica que parece que se avecina, pero en el medio plazo cabe tener en cuenta el coste que todo ello puede tener para las arcas públicas. En este sentido, la evaluación de proceso y el seguimiento de las medidas propuestas para ir adaptándolas a la evolución de la situación puede ser crucial para gestionar la citada crisis de la mejor manera posible.
Desde mediados de la temporada 1997/1998 hasta la finalización de la 2000/2001, esto es, durante algo más de tres años, trabajé en la radio. Me divertí en la radio, debería decir en realidad. No era mi ocupación principal. Estaba empleado en una fábrica de guitarras, de hecho. Pero durante todo ese tiempo presenté, y a lo largo de una temporada también dirigí (aunque no tuviera ni idea de lo significaba eso en aquel momento), un programa diario de actualidad deportiva de una hora de duración (“Esports de Élite”, se llamaba) en una emisora de ámbito comarcal (Radio Élite, de ahí el nombre del programa). Lo hice junto, y gracias a, uno de mis mejores amigos, que, a finales de 1997, con el apoyo de su familia, se había lanzado a emprender en el mundo de la comunicación. Y no le ha ido nada mal pues la emisora creció, se asentó y se mantiene como un referente entre los medios de la zona.
A ambos nos apasionaba la radio deportiva. Él se estaba formando en la materia y yo tenía la espina clavada de haber tenido que dejar, precipitadamente, los estudios de Comunicación Audiovisual. No partíamos de cero, por tanto, pero, aun así, cuando ahora echo la vista atrás, me preguntó cómo éramos capaces de dedicar una hora diaria de radio a la actualidad deportiva de una comarca del interior de Alicante. Pero lo hacíamos y, de hecho, “Esports de Élite” se convirtió en el programa estrella de la parrilla de programación. Todos los anunciantes querían sus cuñas en aquella suerte de, salvando las enormes distancias, “Larguero” de regional. Lo cierto es que aquel programa bebía mucho del estilo desenfadado y próximo al oyente del primer José Ramón de la Morena, el que hablaba de deporte con el tono en que lo hacen unos amigos en una terraza tomando unas cervezas, pero con rigor y objetividad.
Siguiendo con el paralelismo, la sintonía que escogimos, “El Taqui-Taqui” de la banda dominicana Ilegales, se convirtió también en uno de los éxitos de la emisora. Algunos oyentes llegaban a pedirla en los clásicos programas de dedicatorias musicales de la época. Su letra era ya una declaración de intenciones sobre lo que le esperaba al oyente de “Esports de Élite”:
El que no vino a bailar,
el que no vino a gozar,
que se vaya parando
porque todo el que esta aquí vino a rumbear,
porque todo el que esta aquí vino a rumbear…
«El Taqui-Taqui» de Ilegales, sintonía de «Esports de Élite»
En definitiva, como decía al principio, eso era lo que buscábamos, divertirnos y divertir a los oyentes. Éramos jóvenes, inconscientes y sin ningún tipo de atadura, lo que nos permitía intentar cualquier cosa que se nos ocurría sin temor a negativas o a posibles consecuencias. Las anécdotas que ello provocó son numerosas. Tal vez pueda ir contando algunas de ellas en futuras entradas.
Pero además del programa diario, semanalmente retransmitíamos los partidos del Muro C.F., que en la temporada 1997/1998 había conseguido su primer ascenso a la Regional Preferente valenciana. Cuando no coincidía en día y hora con el partido del Muro, también cubríamos los que, en la 2ª División B española, jugaba como local en el mítico campo de El Collao el C.D. Alcoyano. Incluso llegábamos a seguir la actualidad del Hércules C.F., en el que destacaba el murero Álex Pascual, visitando de vez en cuando el Rico Pérez de Alicante. Y un día pensamos, ¿por qué no cubrir los partidos del Valencia C.F. para Radio Élite? Y, en la medida de nuestras posibilidades, lo hicimos.
El responsable de prensa del Valencia fue muy amable. Cuando le comentamos que éramos una pequeña emisora comarcal nos explicó que, obviamente, no podríamos conseguir credenciales de prensa para todos los partidos. Solo para aquellos con menos tirón en los que no se alcanzaba el cupo establecido de acreditaciones. Para nosotros era más que suficiente. De hecho, era mucho más de lo que esperábamos. Y en Mestalla que nos plantamos.
La primera vez, si no recuerdo mal, fue la noche del 25 de agosto de 1998 en el partido de vuelta de la final de aquella extraña competición que se inventó la UEFA a mediados de los 90, la Copa Intertoto. El Valencia de Ranieri y de los Cañizares, Björklund, Carboni, Roche, Angloma, Soria, Mendieta, Angulo, Schwarz, Lucarelli e Ilie (once inicial de aquella noche), batía al Austria Salzburgo por 2 goles a 1, lo que sumado al 0-2 de la ida, le hacía proclamarse campeón de aquella edición, consiguiendo así el billete para la Copa de la UEFA e inaugurando la que, durante las siguientes 5 o 6 temporadas, sería la mejor época de la historia del club.
Esa noche llegamos pronto a Mestalla. De hecho, llegamos por la tarde. Nos acompañaba un tercer amigo que con el paso del tiempo ocuparía el puesto que yo dejaría vacante en Radio Élite debido a mis obligaciones profesionales “formales”. No sabíamos bien a dónde y a quién debíamos dirigirnos. Hasta que encontramos la puerta por la que debíamos acceder al campo, pasamos un rato desorientados. Pero a partir de ese momento, como en casa. Nos dieron nuestras credenciales y nos indicaron cual era nuestra cabina. “¿Cabina?” Nuestras caras fueron tan expresivas que la persona que nos atendía nos o tuvo que repetir: “sí, cabina”.
De camino a dicha cabina, pasamos junto a las de otros medios, todas ellas con sus correspondientes equipos técnicos para la emisión en directo. ¿Y nosotros? pues un par micros y grabadoras. Los medios materiales de la emisora eran todavía muy limitados. Los partidos del Muro C.F. como local se retransmitían a través de una rudimentaria unidad móvil de alcance reducido y todas las conexiones en los desplazamientos se realizaban vía móvil. Por otra parte, partidos como el de ese día, estaban totalmente fuera del horario de la programación habitual de la emisora por lo que no había ningún técnico en el estudio que pudiera gestionar las conexiones en directo. Nos conformábamos con conseguir alguna declaración de los protagonistas del encuentro que emitir al día siguiente en el programa. Ahora bien, por no desentonar entre tantos profesionales, y una vez instalados en nuestra cabina, iniciamos nuestra particular narración del encuentro sin importarnos el hecho de que el único oyente fuera nuestro asombrado compañero de viaje.
Acabado el primer partido del Valencia C.F que “cubríamos” para Radio Élite, como decía, nuestro objetivo era conseguir algunas declaraciones, pero no sabíamos ni dónde ni cómo. Así que ideamos un plan básico pero efectivo. Identificamos a algún periodista de uno de los medios “importantes” y lo seguimos. Y así llegamos a la salida de los vestuarios. Desconozco si ya en aquella época existía lo que hoy se conoce como “zona mixta” en la que los jugadores atienden a la prensa. Pero si la había, desde luego no parecía ser aquella. No estoy seguro de donde estábamos, pero en aquella estancia no había mucha prensa. Más bien poca.
Tras esperar un rato, temerosos de que en un momento dado llegara algún responsable de seguridad a pedirnos que nos retiráramos, vimos desfilar a los jugadores austriacos. No conocíamos a ninguno. Del Austria Salzburgo solo teníamos referencias de su entrenador, Hans Krankl, que a finales de los 70 y principios de los 80 había jugado en el F.C. Barcelona consiguiendo un trofeo Pichichi. Pero a él no lo vimos. Y casi sin darnos cuenta empezaron a desfilar los jugadores valencianistas. Emocionados, pudimos hablar con varios de ellos.
En un momento dado tuvimos problemas con una de las grabadoras y mientras, distraídos, tratábamos de solucionarlo, nuestro compañero sujetaba los micrófonos, de tal forma que al pasar Adrian Ilie por delante de él entendió que le estaba pidiendo alguna declaración. Parece que aquella noche la Cobra no tenía demasiadas ganas de hablar y adelantándose a cualquier interpelación que, en cualquier caso no iba a producirse, espetó en dirección al micro un seco “no comment”. Con semblante serio, nuestro involuntario reportero le contestó: “jo tampoc t’he preguntat res…”.
No sé si Ilie entendió aquella frase, pero lo cierto es que sin mediar más palabras se dio la vuelta y se fue. Nosotros, atentos a la salida de otros jugadores, pudimos recoger algunas declaraciones más. Pero fue en el camino de vuelta, en mi viejo Volkswagen Golf II, cuando recordando y comentando la escena con Ilie, nos dimos cuenta de lo gracioso de la misma. Nos reímos de ella durante una larga temporada.
Tras aquella noche, volvimos otras veces a Mestalla. Tampoco fueron demasiadas, pero fuimos adquiriendo confianza. Con Cúper en el banquillo asistimos a alguna rueda de prensa post-partido. Recuerdo la primera, en un partido contra el Celta de Vigo, en la que nos sentamos en la primera fila de butacas junto a la gente de TVE1 y Antena 3. No recuerdo quien de ellos me preguntó de qué medio era, y con orgullo le respondí señalando mi acreditación “Radio Élite, claro”. Su cara, un poema.
Ya no estoy seguro de si fue ese mismo día, o tras acabar otro partido, en un momento dado seguimos a Paco Nadal, de Canal 9, hasta el palco VIP, donde él entró sin problema. Nos miramos y pensamos, “bueno, probemos”. Llamamos a la puerta y nos abrió un guardia de seguridad. Con actitud segura y sin esperar a que el guardia hiciera ninguna pregunta, nos identificamos con nuestra acreditación como hacen los policías en las películas americanas, sin dar tiempo a que nadie vea si lo que muestran es una placa de policía o el carnet de la biblioteca. La cuestión es que el vigilante se apartó y nos permitió la entrada. Y allí nos vimos, como si fuéramos periodistas influyentes de verdad, departiendo amistosamente con los Cortés, Ortí o Subirats, sobre fútbol y sobre el Valencia C.F.
Lamentablemente, me da la impresión de que en la actualidad, ni la prensa, ni el fútbol, ni el Valencia C.F. son ya lo mismo que eran entonces.
Desde junio de 2010 soy miembro de la Filà Contrabandistes de la Serra Perenxisa de Torrent. Si algo nos caracteriza son los estrechos lazos afectivos que se establecen entre todos nosotros, la camaradería y la lealtad al grupo humano que conformamos. En este sentido, desde que allá por el 2006, el Leónidas interpretado por Gerard Butler, arengara a sus 300 soldados con la sencilla pregunta, «¡Espartanos! ¿cuál es vuestro oficio?», el simbólico y poderoso «¡AUU, AUU, AUU!» que estos respondieron simultánea y acompasadamente, se convirtió en nuestro grito de guerra más identificativo. De hecho, el visionado en grupo de la película de Zack Snyder, se convirtió en una especie de ritual de afianzamiento de aquellos valores, que repetíamos anualmente pocos días antes del inicio de las fiestas de Moros y Cristianos de Torrent, nuestras particulares Termópilas.
Hace unos cuantos años que ya no lo hacemos. Supongo que habremos madurado (un poco, al menos). Pero recuerdo que la primera vez que vi 300 con los 30 que aproximadamente éramos entonces, entre los múltiples chistes que surgían en relación con los diálogos de la película, lancé uno que tuve que explicar en aquel momento pues nadie entendió, pero que se convirtió en un “clásico” a partir de entonces. Segundos antes de que Leónidas interpele a su tropa con la mencionada pregunta para mostrar al general Daxos el carácter de su tropa, el líder espartano pregunta a uno de los hombres de este, «Y tú, arcadio, ¿cuál es tu oficio?». En aquel momento, suplantando a quien en el film se identifica como escultor, no pude evitar contestar, “¡Colombari!”.
La colombicultura es una actividad considerada oficialmente como deportiva, fuertemente arraigada en la Comunidad Valenciana, que para mucha gente es una mera afición y para quienes la practican, una pasión, una forma de vida. Mi abuelo era de estos últimos. Mi abuelo era “colombari”. Así, “colombari”, no colombaire. Y lo decía siempre con orgullo, con la boca llena. Mi abuela no lo llevaba tan bien. Esta actividad absorbe muchas horas (y cuando digo muchas, como en el anuncio de KFC, quiero decir muchas muchas) a quienes la practican, y obviamente esas horas se les quitan a otras actividades. Me consta que este conflicto familiar era y es habitual en las familias de los “colombaris”. A pesar de ello, en casa de mis abuelos siempre se expusieron, con mucho orgullo, todos los numerosos trofeos que los palomos conseguían en los concursos locales y regionales. Y es que mi abuelo fue “colombari” toda la vida y eso da para mucho.
Hablo de palomos y no de palomas, porque la modalidad que practicaba mi abuelo era la de la “solta”. En esencia, esta modalidad consiste en eso, en soltar un determinado número de machos (con diferentes pinturas en las alas para poder identificar al animal en los diferentes lances de la prueba y así anotar las puntos que va obteniendo) y una hembra (que se distingue por unas plumas blancas sobresalientes en su cola) y ver que palomo es capaz de llevarse a la paloma a su palomar, o al menos permanecer el máximo tiempo posible junto a ella, en pugna con el resto de los palomos. Un ritual de cortejo, vamos. Preparar a un palomo para ser capaz de conseguir este objetivo es una ardua tarea. No todos valen y no todos llegan a competir. De hecho, uno de los platos estrella de mi abuela era el arroz meloso con pichón.
Teniendo en cuenta esto, es posible entender los estrechos lazos que se crean entre el “colombari” y sus palomos. Un par de ejemplos ilustrativos. El primero. El apodo con el que mi abuelo era conocido en el pueblo era el nombre de uno de los palomos que más alegrías, en forma de trofeos, le había dado en las competiciones locales. El segundo. En mi vida, recuerdo haber visto llorar a mi abuelo muy pocas veces. Dos, probablemente. Y las dos por la muerte de alguno de sus animales. De hecho, en uno de los estantes del comedor de casa (y tengo la imagen grabada en mi mente como si la estuviera viendo ahora mismo), en un lugar destacado de la estancia, sobresalía la figura de un palomo buchón valenciano, erguido, soberbio, arrogante, de plumaje bayo, que mi abuelo ordenó disecar tras morir al golpearse en pleno vuelo con un cable de alta tensión. Nunca me han gustado los animales disecados, ni siquiera en los museos, pero este fue el mayor homenaje (y así lo entendí siempre) que mi abuelo pudo rendir al animal con quien tantas horas había compartido.
Durante unos años, siendo yo pequeño, me interesé por la colombicultura, y mi abuelo, orgulloso, me subía con él al tejado de casa, donde desde una rudimentaria plataforma hecha con tablones seguía las evoluciones de sus palomos durante las largas horas de “solta”. Nunca entendí bien como era capaz de “entrenar“ a los palomos, pero me fascinaba pasar el tiempo allí, junto a él, viéndolos volar mientras me explicaba lo bien que lo hacía “el blau”, las maneras que apuntaba “el moraxo” o lo que estaba costando que “el roig” entrara al trapo.
Una de aquellas tardes en las que me subía corriendo a la terraza cuando llegaba a casa del colegio, mi abuelo me esperaba con un palomo en la mano. Al verme, me lo entregó y me dijo: “este fumat és teu”. ¡Qué emoción! Me sentí “colombari”. El “fumat” era mi palomo. Esa misma tarde ya lo solté yo mismo. Seguía sin entender bien cual era mi papel, qué debía hacer. Pero me sentía responsable. Ese animal era mío, y debía cuidarlo y hacer de él un campeón, pues mi abuelo me dijo que lo iba a inscribir en el concurso organizado por la Sociedad de Colombicultura local. Obviamente, el trabajo “sucio” lo seguía haciendo mi abuelo pero me hacía sentir que los avances del palomo los conseguía yo. Y cuando llegó el día del concurso, mi “fumat” se clasificó entre los 10 primeros y conseguí mi primer trofeo. No cabía en mí de gozo. Hasta mi abuela, a pesar de todo, vino a la comida que la Sociedad organizaba ese día. Puedo recordar perfectamente su cara y la de mi abuelo cuando me llamaron para recoger el trofeo. Orgullo y alegría a partes iguales. A partir de entonces y durante muchos años, mi trofeo compartió estante con el palomo bayo de mi abuelo.
Durante un tiempo, seguí compartiendo horas con mi abuelo en el tejado de casa. Incluso empecé a acompañarle algunas veces a la sede de la Sociedad, la recordada caseta “Cabuda”. Allí conocí a “colombaris” tan apasionados como mi abuelo, “Marrí”, “Morcilla”, “Sargento”, Arcadio (sí, Arcadio)… Pero crecí y mis intereses cambiaron y las horas en el tejado cada vez fueron menos y mi abuelo envejeció y los palomos cada vez fueron menos. Ahora bien, los valores que mi abuelo me inculcó a través de esta actividad nunca han desaparecido, aunque tuviera que venir, muchos años después, un Leónidas americanizado para revivir estos recuerdos en mi interior.
Soy afortunado. Durante el tiempo que dure esta desconcertante situación provocada por el coronavirus, voy a poder teletrabajar. He aprovechado el fin de semana para acondicionar el despacho de casa y poder hacerlo lo más cómodamente posible. Lo tenía pendiente desde hacía años. Lo de ordenar el despacho, quiero decir. Con el paso del tiempo, se había convertido en un cajón de sastre en el que mi mujer y yo amontonábamos, sin orden ni concierto, libros y materiales diversos relacionados con nuestra actividad profesional y con nuestros intereses personales. Satisfecho con el resultado, me he sentado frente el ordenador justo en el momento en que muchos de mis vecinos salían a sus balcones y se asomaban a las ventanas a aplaudir y jalear la labor de los profesionales sanitarios que están luchando, en primera línea de batalla, contra el virus que está poniendo en jaque a la humanidad. Al mismo tiempo revisaba en internet las múltiples iniciativas que, en el poco tiempo transcurrido desde la declaración del estado de alarma, la propia sociedad ha lanzado con el objetivo de paliar los inconvenientes que el necesario confinamiento domiciliario pueden provocar. Basta revisar la web “Frena la curva”, para ver como la iniciativa ciudadana es fuente de innovación social y ejemplo de resiliencia cívica, tal y como apunta la propia página.
A la vista de estas propuestas nacidas de la voluntad popular para hacer más llevadera la situación que nos tocará vivir durante las próximas semanas, me he planteado que tipo de acción podría desarrollar desde este remozado despacho para aportar algo de entretenimiento a las personas de mi entorno (y a todas aquellas que tengan a bien seguir mis publicaciones). Y dado que gran parte de mi trabajo se traduce en escribir, he pensado en hacer eso, en dedicar cada día un poco de tiempo a contar, a través de este blog al que nunca le he podido dedicar la atención que me hubiera gustado, ciertas vivencias personales, que sin ser nada extraordinario, tal vez puedan ayudar a alguien a desconectar de la realidad vírica actual. No es gran cosa, lo sé. Ni siquiera estoy seguro de escribir bien. Desde el punto de vista literario, me refiero. Pero si consigo que esto ocurra, aunque solo sea por unos minutos, me daré por satisfecho. Y si le puedo sacar una leve sonrisa a alguna persona, todo esfuerzo habrá valido la pena. Vayamos, pues, a por la primera de estas vivencias…
El 28 de junio de 1994, en Stanford (California, EE.UU.), Oleg Anatólievich Salenko alcanzó la gloria futbolística al marcarle cinco goles, defendiendo los colores de Rusia, a la selección nacional de Camerún, en un intrascendente partido de la Copa Mundial de la FIFA y que, sin embargo, ha pasado a la historia del fútbol. Y lo ha hacho por los cinco goles de Salenko y por el solitario gol del veterano camerunés Roger Milla, el futbolista de mayor edad en perforar la red contraria en un Mundial (42 años tenía el zagal en aquel momento). Nadie lo había hecho antes, lo de los cinco goles en un partido mundialista. Y nadie lo ha vuelto a hacer después. Sin duda, los que vimos aquel partido lo tenemos grabado en la memoria.
Aquellos cinco goles, junto con otro que el ruso ya le había marcado a Suecia de penalti cuatro días antes, le valieron a Salenko la Bota de Oro de aquel Mundial, ex aequo con el búlgaro Hristo Stoichkov. De poco sirvió a la selección rusa aquel logro. No pasó de la primera fase a pesar de la brillante generación de futbolistas que acompañaban al delantero de San Petersburgo (Onopko, Radchenko, Karpin, Kharine, entre otros muchos) y que llegaba a disputar el mundial como jugador del Valencia C.F. tras temporada y media brillantes en el C.D. Logroñés.
En el verano de 1998, la estrella de Salenko ya hacía tiempo que se había apagado, en gran medida debido a las múltiples lesiones sufridas durante los dos años anteriores. No tengo claro si durante aquel agosto aun formaba parte de la plantilla del Instanbulspor, al que había llegado después de su efímero paso por el Valencia y el Glasgow Rangers escocés, pero creo recordar que ya estaba tratando de buscar un nuevo destino tras dos temporadas prácticamente en blanco en el fútbol turco. De lo que sí estoy seguro, es de que para mí y alguno de mis amigos, enfermos de fútbol en aquella época, encontrárnoslo en el puerto de Calpe fue un auténtico acontecimiento.
Éramos un grupo amplio de 15 o 16 amigos con edades comprendidas entre los 20 y 25 años aproximadamente. Todos (o casi todos) con pocas obligaciones, trabajos lo relativamente buenos como para tener cierta independencia económica y muchas ganas (eso sin duda) de diversión. Solíamos pasar parte las vacaciones de verano en alguna de las playas de las costas de Alicante o Valencia. Aquel verano, tres de los miembros del grupo, hermanos entre ellos, propusieron El Portet de Moraira como destino. Allí, su familia tenía un magnífico chalet, testigo de intensas jornadas que podrían dar para diversas entradas en el blog. Durante una de ellas, quisimos aprovechar la cercanía con Calpe para comer en una de las marisquerías de su puerto. Siempre han tenido muy buena reputación. Fue en el Restaurante El Camión, si no recuerdo mal.
La comida transcurrió como siempre transcurrían, entre risas y bromas. Y también como siempre, llegamos a la tertulia de sobremesa con café, copa y puro. Entonces, uno de esos enfermos de fútbol que comentaba lo reconoció. Un par de mesas más allá de la nuestra estaba Salenko, Bota de Oro del Mundial de 1994, con quienes supusimos que serían su mujer e hijo y una pareja de amigos. Dio la casualidad que en ese momento la camarera que les atendía, que también servía nuestra mesa, pasaba junto a mí con la bandeja de cafés y copas para la mesa del futbolista ruso. Inspirado por el recuerdo de aquel inolvidable e histórico partido de cuatro años antes en EE.UU., y ante la cara de sorpresa de quienes se sentaban a mi lado, le dije a la camarera que cargara a nuestra cuenta aquel pedido. Así, como si de una glamurosa escena de cine se tratara, la muchacha sirvió la mesa de Salenko indicando con un discreto movimiento de cabeza la procedencia de la inesperada invitación. Con la misma discreción, todas las personas sentadas a la mesa alzaron sus copas hacia nosotros mientras asentían en señal de agradecimiento. La única mirada que se encontraron fue la mía. En ese instante yo sostenía una copa de whisky en una mano y un cigarro habano en la otra, y como si invitar a futbolistas internacionales fuera algo habitual para mí, respondí al gesto alzando también mi copa mientras negaba suavemente con la cabeza como restando importancia al hecho.
Era la época de esplendor en el fútbol español de personajes como Gil, Lendoiro, Lopera o Caneda. Teniendo en cuenta esto, es posible imaginar cómo transcurrió la tertulia a partir de ese momento. Las comparaciones fueron inmediatas y dado que la mayoría de nosotros formábamos parte de un equipo de fútbol sala que competía, con más pena que gloría pero con mucha ilusión, en la liga local, pasé inmediatamente a ser el Pedro Cortés del conjunto. Las bromas iban en la línea de fichar a Salenko para la inminente temporada y en esas estábamos hasta que vimos que el futbolista se levantaba y junto al resto de acompañantes se dirigían hacia mí. Amablemente me tendió la mano y me dio, esta vez de palabra, las gracias por la invitación. Iniciamos una cordial conversación y siguiendo la chanza de nuestra mesa, le indiqué lo importante que sería para el equipo que presidía poder contar con un futbolista de su calidad. Repitió un par de veces que le encantaría volver a jugar en España. Tras firmar un contrato improvisado en un ejemplar de Súper Deporte que casualmente alguien llevaba encima y varios autógrafos entre los clientes del restaurante que lo reconocieron al acercarse a hablar conmigo, hizo que el niño me diera un beso de despedida y se fueron en dirección a su coche. Para completar la escena, al pasar por delante de la terraza con su lujoso descapotable hizo sonar el claxon mientras todos los ocupantes alzaban sus manos mientras nos decían adiós.
Aquella anécdota fue explotada por mis amigos durante al menos un par de años, en los que Pedro Cortés protagonizaba una parte importante de nuestras comidas o cenas. De cualquier forma, Salenko resultó ser un tipo simpático que supo seguir nuestra broma con cortesía y afabilidad. Además, nos dijo la verdad y la temporada siguiente la pasó jugando (aunque más bien poco) para el Córdoba C.F. en la Segunda División española. Acabó su carrera futbolística la temporada 2000/2001 en Polonia disputando apenas un partido oficial en el Pogoń Szczecin y posteriormente jugó al futbol playa con la selección de su país. Lo cierto es que el 28 de junio de 1994, el día en que Salenko alcanzó la gloria futbolística, fue también el día en que se inició su declive.
Pero al menos por un día fue la estrella de nuestro modesto equipo de fútbol sala…
Desde mi último post se han vivido momentos tensos en el mundo festero morocristiano. Y han pasado cosas que, al menos para mí, son tan desconcertantes como el propio escenario sobre el problema de la pólvora que describí en aquel momento. Una de ellas, nada trascendente para el mundo festero, aunque bastante para mí en concreto, es que ciertas personas parece que se tomaron algunos de mis comentarios críticos como algo personal. Siempre que he escrito sobre moros y cristianos, he manifestado mis opiniones de forma abierta y si estas han sido críticas, con mayor motivo, pues siempre intento ser constructivo. Tan solo hace falta revisar las publicaciones en mi blog. En cualquier caso, nunca he dudado ni de la buena voluntad, ni de la dedicación de cualquier persona con responsabilidad en la administración de una entidad festera. Ni se me ocurriría hacerlo, pues sé bien lo que significa ocupar un cargo de este tipo. Pero entiendo que las discrepancias ante la forma de gestionar son del todo legítimas en cualquier entidad, e incluso en ocasiones positivas para crecer y aprender. De hecho, en mis años de experiencia en gestión de asociaciones, me he enriquecido mucho de las críticas constructivas recibidas y aun hoy sigo aprendiendo.
En cualquier caso, las críticas a la gestión deben tomarse como tales y nunca como ataques personales, pues no lo son. Y si en mi anterior post criticaba la falta de información en el problema que se está sufriendo alrededor de la pólvora, es porque efectivamente el festero de a pie, el que no está cerca de los órganos de gobierno de ninguna entidad festera, no tiene información clara de lo que está sucediendo (o tenía, porque como veremos, en estos últimos días se ha avanzado bastante sobre este tema). Y no la tiene, porque precisamente hoy en día tenemos un exceso de fuentes de información, formales e informales, fiables y no fiables, que transmiten información contrastada pero también no contrastada, información relevante o puede que irrelevante y que solo aporta confusión, información actualizada o puede que desactualizada… En definitiva, en la sociedad de la información, en ocasiones podemos encontrarnos desinformados, no porque se esconda información sino porque en ocasiones, quienes tienen la información veraz y relevante no la transmiten por los canales más adecuados para que llegue a sus destinatarios de la forma más clara y rápida posible. Afortunadamente, hoy en día hay medios fantásticos para hacerlo, solo hay que aprovecharlos. Y eso, sin duda, irá en beneficio del colectivo destinatario de la información, pero también del informante, pues es una forma de poner en valor su trabajo.
Pero bien, como he comentado, los hechos se han ido sucediendo durante las dos últimas semanas, hasta el punto de que por fin el problema de la pólvora parece que va a entrar en la agenda política. Y digo parece, porque en esto hay que ser muy cauteloso. Que un problema entre en la agenda de los decisores públicos depende de muchos factores, la teoría del ciclo de las políticas públicas lo explica muy bien. Pero uno de los factores fundamentales es que el problema cobre visibilidad en la sociedad, y aunque no de la forma más deseable, el problema de la pólvora es al fin visible. Y digo que lo es, no de la mejor forma, porque para ello se han tenido que producir ciertas desavenencias entre dos sectores del mundo morocristiano, a la hora de establecer quien debía liderar las reivindicaciones. En este sentido, personalmente sigo opinando que todo el ámbito festero debería ir de la mano, y que una de las partes tiene la clara responsabilidad estatutaria de fomentar esa colaboración, y aprovechar para acercarse al objetivo tantas veces comentado de reunificar colectivos. Pero lo cierto es que el posicionamiento de ciertas poblaciones ha provocado malestar en algunos dirigentes. Puedo entender el malestar hasta cierto punto. Pero desde luego la solución no es abrir las puertas a aquellos descontentos para que abandonen el barco, sino reflexionar sobre lo que ha podido llevar a esa situación y actuar proactivamente para que no ocurra nuevamente. Desde luego, lo que ha hecho cada población ha sido elegir entre las opciones que en un momento dado se le plantearon para defender sus intereses. Y personalmente considero, que hasta que cierto grupo de entidades no alzó la voz, las opciones eran más bien escasas. De hecho, ese movimiento ha servido para poner en marcha al mundo festero, hasta el punto de que, aunque por caminos diferentes, se ha llegado con las reivindicaciones hasta el Congreso y el Senado y, además, en los últimos días ha llegado, a todo el colectivo festero, por fin, información clara de qué ha sucedido y está sucediendo con la pólvora negra (a través de diversas ruedas de prensa). Esto debe servirnos para reflexionar acerca de lo que sería capaz de lograr, unido, el colectivo que representa a la fiesta más extendida del Estado español y tal vez la única presente, en sus diferentes modalidades, en los cinco continentes.
En cualquier caso, el problema no está zanjado, pero se ha iniciado el camino que podría conseguirlo.
Desde hace unos meses, se está viviendo una situación muy preocupante (y desconcertante) en torno a uno de los elementos esenciales de las fiestas de moros y cristianos españolas: la pólvora negra de arcabuz. En los últimos dos años hemos visto como en la Comunidad Valenciana se ponía fin a la moratoria que permitía alquilar trabucos únicamente con el permiso de conducir, recuperando la obligatoriedad (por otro lado, lógica) de disponer de la correspondiente licencia de armas; y como a nivel estatal, se aprobaba un Reglamento de Explosivos cuya Instrucción Técnica Complementaria nº 26 regula el suministro, transporte, almacenaje y uso de pólvora negra para actos de arcabucería a través de un farragoso y complejo procedimiento, respecto de cuya interpretación ni siquiera las autoridades competentes se ponen de acuerdo. Pues bien, desde mayo hemos asistido también, atónitos, a como varias poblaciones de la geografía festera morocristiana han tenido que suspender sus actos de arcabucería (algunos de ellos más que centenarios) ante la falta de suministro de pólvora negra o ante el suministro de pólvora no específica para ese uso.
En España solo existe una empresa autorizada para suministrar pólvora negra de arcabuz, empresa que además controla muchos de los depósitos de explosivos autorizados para su almacenaje y que, para más inri, casi monopoliza su producción a nivel europeo. Se trata de una gran multinacional de origen español que opera en diversas áreas relacionadas con el sector de los explosivos y que, por tanto, pueden suponer ustedes, es una corporación con bastante poder e influencias en los más altos niveles de dirección. Esta empresa se autoabastece, es decir, la pólvora que suministra es la misma que produce de forma centralizada en una factoría situada en el centro de Europa. A principios de mayo de este año la empresa anuncia repentinamente, que no podía servir los pedidos realizados por ciertas poblaciones festeras del norte de la provincia de Alicante, justo cuando pocos días antes había servido varios miles de Kg. de pólvora en otra localidad de la zona. Tal vez, y solo suponiendo que la empresa era conocedora de cuáles son sus existencias de pólvora y cuales los pedidos pendientes, esta situación se hubiera podido gestionar de otro modo. Pero se decidió servir un último pedido completo y dejar a otras localidades sin pólvora. Bueno, poco más que decir, esa es una decisión empresarial (o tal vez no), nos guste más o menos.
Lo surrealista empieza a producirse a partir de aquí. Los corrillos festeros, la prensa e incluso ciertas instituciones festeras supralocales, anuncian que el problema era la retirada de una partida de pólvora defectuosa. Tal vez hubiera una partida de pólvora defectuosa, no lo sé, pero lo que sí sabemos ahora (y algunos ya sabíamos entonces) es que el verdadero problema era de producción, venía de largo y estaba provocado por la centralización de la misma que desde hace años ha realizado la empresa. Lógicamente aquella situación creó cierta preocupación en el mundo festero, pues a partir de esa fecha son muchas las poblaciones que celebran sus tradicionales actos de arcabucería. Tras diversos comunicados, publicaciones (algunas contradictorias), reuniones entre autoridades políticas, civiles, festeras… pero sobre todo poca información clara y concisa, se anuncia que la empresa va a transportar varios miles de kg. de pólvora desde alguno de sus depósitos del norte de España, hasta el que controla en la zona afectada, para poder atender con garantías todos los pedidos pendientes. Bueno, el mundo festero respira tranquilo y aliviado pues parece que la cuestión se ha solventado. Pero, algunos seguíamos siendo escépticos, dado que el problema de producción seguía sin resolverse.
La siguiente sorpresa es que a la llegada de la “nueva” pólvora descubrimos con sorpresa que se empieza a suministrar en envases a granel de unos 20 o 25 kg. Parece que, dada la situación, a las autoridades, uno de los puntos principales de la ITC 26, la trazabilidad de la pólvora ya no les importa tanto. Sí, es cierto que, aunque con envases de 20 kg, se puede seguir controlando esta trazabilidad, pero es obvio que los responsables finales de la ITC 26 pensaban en los tradicionales envases de 1 kg cuando redactaron la versión definitiva de la norma. No sé, imaginemos que de repente un concesionario matriculara 20 coches del mismo modelo, con el mismo número de matrícula. ¿Quién debería asumir el pago de una infracción por superar el límite de velocidad captada por un radar?
En fin…que la pólvora a granel se empezó a utilizar sin mayor problema hasta que, a principios de julio, en una localidad del sur de Alicante se percatan de que se trata de una pólvora diferente a la habitual, con un grano más grueso, y ante las dudas de seguridad que plantea su uso, decide suspender el reparto. De nuevo, incertidumbre, indecisión, reuniones, la prensa malinformando, más poblaciones que suspenden actos y sobre todo, poca, muy poca información (y a veces contradictoria) por parte de quienes pueden y deben ofrecerla. Al fin y al cabo, en muchas ocasiones, lo único que se exige (y lo que más certidumbre aporta) a ciertas instituciones, es información veraz.
Con el clima de crispación creado, la empresa suspende el suministro de la pólvora “conflictiva” y vuelve a dejar en el aire la celebración de numerosos actos de arcabucería. Entretanto, algunos conocemos la noticia de que los problemas de producción de la empresa parece que se empiezan a solucionar lentamente, tan lentamente que es complicado que puedan aliviar la situación de incertidumbre existente. Pero de nuevo empiezan a surgir informaciones en los corrillos festeros, que si la pólvora retirada era tan segura como la habitual, que si se están buscando productores alternativos, que si…que si… Hasta que de pronto se obra el milagro y se anuncia que a finales del mes de julio habrá de nuevo pólvora negra de arcabuz. Pero… ¿a qué precio? Surgen las lógicas dudas al respecto, cuando de pronto se anuncia un precio que provoca un malestar tremendo entre quienes pensaban que la capacidad de fijar ese precio estaba en sus manos. Pues no, el precio lo fija la empresa y, por mucho que nos pese, la ley de la oferta y la demanda, que en una situación de cuasi monopolio se adapta a la voluntad de la misma. Además, la ocasión la pintan calva…
Y llegamos a hoy. Lógicamente, el precio en que ha quedado el kg de pólvora tras todas estas vicisitudes no nos gusta. A nadie. Una subida de casi el 50% es una barbaridad para cualquier producto y en cualquier mercado. Es una sensación general la de que es necesario hacer algo ante ello, de forma urgente, sin esperar a más reuniones con estos o con aquellos, y saliendo a la calle a decirlo en voz alta, porque el futuro de nuestros actos de arcabucería está en juego. Pues bien, ciertas poblaciones festeras no han querido esperar y se han lanzado a ello. Y lo han hecho dando la posibilidad a todo el mundo festero morocrsitiano a participar de la iniciativa. A todo. Pero parece que todavía algunas partes implicadas que no lo ven claro. Hay instituciones que cobran sentido cuando defienden los intereses de sus asociados y esta es una ocasión magnífica para hacerlo de forma clara y decidida, para luchar todos juntos y de paso reunificar colectivos que nunca deberían haberse separado.
Pero para ello hay que aceptar que, de haberlo, el éxito es de todos, no solo de unos cuantos.
El director de la obra era exigente y algo excéntrico, sí, pero también ponía cuanto podía de su parte, mucho esfuerzo y todo el cariño del mundo, para que el resultado fuese el esperado. Llevaba más de 30 años encargándose de organizar aquel gran acontecimiento que transformaba la vida del pueblo durante la Navidad y los vecinos le tenían gran estima pues, además, durante el resto del año se encargaba de velar por su bienestar y comodidad.
A lo largo de todos esos años, las representaciones sufrieron cambios. Los inicios fueron complicados. El número de participantes era reducido, el director tenía poca experiencia y los recursos eran escasos. La gente del pueblo no se implicaba y el director, en numerosas ocasiones, tuvo que recurrir a amigos y conocidos para completar el plantel. Fue sonada la participación, durante varios años seguidos, de extraños personajes a los que el director lograba convencer para que actuaran como extras, ataviados, eso sí, con coloridos uniformes, capas de diferentes tipos e incluso con armaduras metálicas. Muy recordada es la presencia en aquella época de un individuo que agrupaba en su negra indumentaria todos estos elementos, lo que le confería un aspecto ciertamente inquietante, acentuado por la dificultad con la que parecía respirar tras la máscara que portaba. Curiosamente, el año pasado, el director lo volvió a invitar para una única representación, según comentó a los vecinos, para conmemorar una efeméride relacionada con su carrera.
El reconocimiento del público y la experiencia que el director iba adquiriendo, provocaron que la participación de los vecinos fuera cada vez mayor, y con ella, también el éxito. A la luz de este éxito, algunos de sus familiares empezaron a producir la obra y con los años, el propio director se convirtió también en productor. Gracias a esta financiación, las mejoras en el pueblo fueron cada vez más evidentes y ello repercutió, a su vez, en la calidad de las representaciones. En los últimos años, la obra se había convertido en lo más cercano a una superproducción, que transformaba el pueblo entero durante varias semanas. La necesidad de personal para la obra, provocó incluso que cada vez fueran más los vecinos que se trasladaban al pueblo a vivir desde poblaciones limítrofes. El renombre de la obra llegó a ser tal, que incluso algunos personajes famosos aspiraban a conseguir algún cameo en la misma. En este sentido, se estableció la costumbre de que cada año, una de estas celebrities, de actualidad por algún motivo determinado, apareciera en la obra mostrando su cara más personal e íntima de forma discreta y fugaz, al más puro estilo Hitchcock.
Ese año la Navidad estaba ya muy cercana y como siempre ocurría, el pueblo se sumía en un pequeño caos. El director había empezado a repartir indicaciones y todo debía estar perfecto para el gran estreno. Los días previos, los vecinos del pueblo corrían atareados de un lado a otro, preocupados por tenerlo todo listo a tiempo. La responsabilidad era enorme y nadie en el pueblo podía consentir que algo saliese mal. Había mucho trabajo y no demasiado tiempo: reparar vallados, acondicionar jardines, revisar el curso del río y el molino de agua, comprobar la solidez de los puentes, hacer recuento de animales, recoger suficiente leña para poner a funcionar hornos y forjas, etc… Y todo ello mientras cada uno se ocupaba también de preparar su papel y tener listo su vestuario.
Llegó la fecha del gran estreno y todo parecía estar a punto. El pueblo vestía sus mejores galas y cada vecino ocupaba su lugar. El director se disponía a presentar a todos el personaje principal, la estrella de la obra, alrededor de la cual giraba toda la trama. El guion exigía que fuera un niño, un bebe recién nacido. Por ello cada año, el director buscaba al bebé adecuado y esperaba hasta última hora para sacarlo a escena, en lo que era la culminación de los preparativos de la obra y el inicio de las representaciones. Pero…al disponerse a ello observó, sorprendido, que alguien ocupaba ya el lugar del niño. Con los ojos de par en par y boquiabierto, vio en la cuna a una pequeña criatura con forma de píldora amarilla, piernas muy cortas, vestido con un peto azul y un par de grandes ojos redondos, muy abiertos y cubiertos con gafas de aviador, que le conferían una expresión realmente entrañable.
Sin tiempo a articular palabra, la hija del director, una dulce niña de apenas 5 años, se acercó a su padre al percatarse de su sorpresa y con mirada de súplica le dijo:
-Papiiii…¿puede ser Bob el niño Jesús de este año…? Porfiiii…
Y justo en ese momento, cuando el padre acarició la cabeza de su hija, mirándola enternecido y asintiendo, y se dieron la vuelta dirigiéndose a la mesa del comedor donde todo estaba preparado para la comida, fue cuando los vecinos del pueblo entendieron que la dirección de la obra había cambiado de manos.
Hay melodías inspiradoras, que emocionan, que nos llegan donde otras no alcanzan… En 1976, el compositor estadounidense Bill Conti logró crear varias de ellas en la banda sonora de la que fue la mejor película en la edición de los premios Óscar de aquel año, «Rocky». Siempre he sido un enamorado de esta película y su música, de su historia, o mejor dicho de lo que significa su historia. Sylvester Stallone escribió el guión inspirado en el mundo del boxeo, lo que confiere a ciertas escenas, sobre todo el combate final, una épica especial. Pero se trata de una historia aplicable a cualquier otro ámbito y que, estoy seguro, es mucho más habitual de lo que cualquiera puede pensar.
La vida, de vez en cuando, nos sorprende, nos presenta una oportunidad que sabemos que no podemos desaprovechar. En nuestro interior somos conscientes de que es la última, de que si la dejamos escapar no saldremos nunca de ese mundo en el que permanecemos instalados en la falsa comodidad de sabernos a salvo del riesgo a perder. Pero… perder, a veces, es la mejor forma de ganar. Y generalmente, para entender esto, tan solo es necesaria una motivación, un apoyo, una ayuda, una Adrian…
En la escena final de la película, a la que pertenece el clip «The final bell», que incluyo a continuación, Rocky a duras penas se mantiene en pie, soporta estoicamente los golpes que le propina Apollo Creed y aun sin fuerzas y a punto de desfallecer, aguanta y lucha por no desmoronarse…y es justo tras sonar la última campana, en el momento que pierde el combate, cuando él ya se sabe ganador y nada más le importa excepto su motivación, su apoyo, su ayuda, su Adrian..
Leo en la tan sufrida Wikipedia que el concepto vintage es «una manifestación de la cultura posmoderna, fruto de la pérdida de fe en el progreso y el desencanto del motor de la innovación propia de la modernidad. De esta forma, en lugar de mirar al futuro, se recurre con nostalgia a elementos de eras pasadas pero carentes de significado original.» (Por favor, mantengan en la memoria esta definición)
Lo cierto es que cada vez se extiende más el uso del término vintage. Se utiliza para referirnos a instrumentos musicales, automóviles, libros, fotografías, y, más recientemente, prendas o accesorios de vestir, además de videoconsolas y videojuegos. Pues bien, esta mañana, mi mujer y yo hemos descubierto que también existe una administración pública vintage.
Sí, aunque suene raro, existe. Me explico.
Hace unos días, desde una de las administraciones más modernizadas que existe en nuestro país, la tributaria (esto es cierto; nuestra amada Hacienda pone a disposición del contribuyente las más avanzadas herramientas, para que pueda cumplir lo más puntual, cómoda y rápidamente posible con sus obligaciones para con las arcas públicas), me pidieron amablemente un certificado que debía expedirme otra, menos digitalizada pero también muy querida, administración (no diré cuál para no herir sensibilidades… si las hubiere). El motivo por el que desde la administración tributaria me solicitan el citado documento lo voy a obviar, puesto que ese tema da para otra entrada en el blog.
Bien, no nos dispersemos. A pesar de los ímprobos esfuerzos que las administraciones públicas están realizando por aplicar las diferentes leyes sobre administración electrónica, existen todavía procedimientos que por su singularidad quedan fuera, de momento, de las vías digitales, al menos en su iniciación. Por ello, tuvimos, mi mujer y yo, que realizar una primera visita a la unidad administrativa implicada en la expedición de mi anhelado certificado, para saber de qué forma debíamos proceder. Unas indicaciones claras y concisas nos disiparon todas las dudas y tras recopilar la documentación que se nos pidió, muy cómodamente la remitimos por vía electrónica, la misma vía por la cual, hace un par de días, nos confirmaron que podíamos pasar hoy por la mañana a recoger el documento.
Esta fue mi primera sorpresa, pues entiendo que en el marco de gestión administrativa actual, bien podrían haber aprovechado el propio correo electrónico para remitirme el certificado. Pero, bueno, como en cierto modo yo también soy un poco nostálgico, he querido recordar aquella maravillosa época de ir a “hacer papeles”, en que la aventura empezaba con la búsqueda de un lugar para aparcar, continuaba con esperas eternas en colas interminables y acababa sólo Dios sabía cómo y cuándo.
Y atención que ahora viene lo mejor de la historia, la prueba de que existe la administración pública vintage.
Al llegar, se nos ha comunicado que el certificado no estaba listo. ¡Vaya por Dios! ¡Claro, normal! – he pensado – ¿Qué podíamos esperar presentándonos aquí por sorpresa?… ¡Ah, no! Que hemos venido porque nos avisaron…
Entonces he comprendido lo que ocurría y he empezado a sentirme inmerso en un viaje en el tiempo; asistía a una recreación de la vieja (rancia, diría yo) administración pública burocrática weberiana. Se había obviado la posibilidad de usar el correo electrónico, o incluso del teléfono (inventos endemoniados), para avisarnos de que no pasáramos a recoger el mismo documento del que un par de días antes, nos habían dado confirmación de su disponibilidad. ¡Genial!, ¿no les parece?
Pero el nivel de la representación ha subido sensiblemente cuando hemos sabido el motivo por el que no estaba listo el documento: falta la firma del responsable de turno que no estará en todo el día, ¡sí señor, un clásico! (para qué pasar a firma el documento antes de avisar al interesado… y además… ¡menuda chorrada lo de las firmas electrónicas!).
Y cuando ya me encontraba en pleno s. XIX… el clímax: nos avisan de que podremos pasar el lunes a recoger el certificado y de esta forma firmar el “recibí”, ¡sublime, espectacular, insuperable! Sobran las palabras, ¡firmar el “recibí”!, ¡qué maravilla!, ¡al carajo con las notificaciones electrónicas y las confirmaciones de recepción y lectura…!
En pleno s. XXI y tras «nosecuantas» leyes y normativa varia sobre administración electrónica, todavía existen héroes anónimos que intentan salvaguardar la gran tradición funcionarial española del “vuelva usted mañana”, o mejor dicho en nuestros días, el #vuelvaustedmañana.
Si como decía al principio, lo vintage es “recurrir a elementos del pasado carentes de significado en la actualidad en lugar de mirar hacia el futuro”, mientras haya “funcionarios nostálgicos” la administración pública española se mantendrá anclada en los tiempos de Mariano José de Larra. Y esto es una verdadera lástima, teniendo en cuenta los recursos que se emplean en la llamada modernización administrativa, que más que modernización es una simple adecuación a la realidad social en que vivimos.
Modernizar sería conseguir una administración capaz de anticiparse a las necesidades de la ciudadanía y esa…es otra historia.
A colación de la reciente circular informativa emitida por la Delegación de Gobierno de la Comunidad Valenciana acerca de la obligatoriedad de la obtención de la correspondiente licencia para el uso de armas de avancarga en lugares públicos, únicamente con pólvora negra y con motivo de festejos tradicionales, se ha generado, a mi juicio, un injustificado, interesado y sobre todo innecesario debate, que ha producido confusión y malestar entre muchos festeros.
La situación legal en la que nos encontramos respecto del uso de armas de avancarga es la siguiente:
En primer lugar, la normativa que se va aplicar a partir del 1 de enero del 2017 no es ni mucho menos una novedad. El Reglamento de Armas en vigor y en cuyo articulado se autoriza la utilización de armas de avancarga únicamente con pólvora negra y con motivo de festejos tradicionales, fue aprobado por Real Decreto en el año 1993 y desde entonces, según establece este Reglamento, es obligatoria la obtención de la licencia de armas correspondiente (concretamente, la del tipo AE), para la utilización de las armas de avancarga ya sea en régimen de propiedad o de alquiler de las mismas.
En marzo de 1999, la Delegación de Gobierno de la Comunidad Valenciana publicó una resolución de carácter temporal (tenía una vigencia original de un año) por la cual, se permitía que las personas que utilizaran un arma de avancarga en régimen de alquiler (a través de una cesión temporal de las mismas) pudieran hacerlo aportando un certificado de aptitudes psicofísicas o el carnet de conducir en lugar de la licencia de armas. Como he comentado, esta Resolución tenía carácter temporal (un año) y era prorrogable si la Delegación de Gobierno lo consideraba oportuno en períodos de la misma duración. De hecho, se ha venido prorrogando anualmente hasta que dejará de tener vigencia el próximo 31 de diciembre del 2016.
Tenemos por tanto que:
La normativa en materia de uso y posesión de armas (el Reglamento de Armas) es la misma desde hace 23 años y afecta a todo el territorio nacional.
Los festeros con armas en propiedad, que en muchas localidades con gran tradición festera son la mayoría, siempre han estado obligados a disponer de la correspondiente licencia de armas.
Los festeros de la Comunidad Valenciana han disfrutado durante los últimos años de la moratoria legal que permitía alquilar armas de avancarga presentado el carnet de conducir. Cabe tener en cuenta que en otras comunidades como Castilla La Mancha o Cataluña que también cuentan con poblaciones con una gran tradición en el uso de estas armas en festejos tradicionales y con grandes colectivos de usuarios, no se disfrutaba de esta moratoria dictada por la Delegación de Gobierno de la Comunidad Valenciana.
En este sentido, vaya por delante, que yo soy participante activo de los actos de arcabucería que se organizan en mi localidad, que no dispongo de arma de avancarga en propiedad, no tengo licencia para este tipo de armas y que a la vista de la actual situación, estoy entre el grupo de los “afectados”. Grupo de “afectados” que a la vista de lo comentado, no somos ni mucho menos mayoría en el conjunto del panorama nacional.
Una situación absurda
Sentadas estas premisas, imagínense la siguiente situación:
“Una persona entra en una agencia de alquiler de automóviles, con el ánimo de alquilar un utilitario para desplazarse desde la ciudad, a una pequeña localidad cercana con la que no existe conexión a través de transporte público.
El encargado del establecimiento inicia los trámites para formalizar el alquiler del vehículo y en un momento dado le solicita al cliente su permiso de conducir. En este punto, el cliente le responde que no dispone de tal permiso pero que sí tiene una licencia de armas determinada que le permite acreditar que ha superado un reconocimiento de aptitudes psicofísicas que consecuentemente, según él, le capacita para poder conducir un coche.
Ante esta argumentación, como es lógico, el encargado de la agencia le explica al cliente que sin permiso de conducir no puede alquilar el vehículo, por mucho que haya superado un reconocimiento para una licencia de armas. El cliente, visiblemente airado, le responde que porque tiene que sacarse el permiso de conducción si únicamente conduce vehículos de forma muy esporádica y no dispone de coche en propiedad. Insiste en el hecho de que únicamente va a utilizar el coche para un viaje de corto recorrido y que además conoce a la perfección el código de circulación y que es una persona muy prudente.
El encargado de la agencia zanja la discusión explicándole que a pesar de todos estos argumentos, la normativa es clara y una persona que no posea el permiso de conducir adecuado y en vigor, no puede alquilar un vehículo.”
¿No les parece que el cliente que buscaba alquilar un coche sin permiso de conducir y con un permiso de armas ha provocado una situación absurda? Pues ahora denle la vuelta a la historia y piensen en alguien que alquila un arma de avancarga con un permiso de conducir. Pues sí, desde el año 1999, los Moros y Cristianos de la Comunidad Valenciana hemos estado viviendo esta situación un tanto absurda, gracias a la normativa provisional y temporal comentada con anterioridad. Una situación absurda y también injusta que rompía el principio de igualdad para con otros colectivos de usuarios de armas, no sólo de avancarga sino de otros tipos, que a pesar de usarlas para actividades también muy puntuales y específicas, sí debían disponer del correspondiente permiso de armas.
El uso de armas de fuego y, en el caso del ejemplo descrito, la conducción de ciertos vehículos a motor, son actividades totalmente reguladas y que las personas pueden realizar pero siempre sujetas a la obtención de una licencia, aunque se realicen de forma puntual o esporádica. A pesar de que, como he comentado, desde el año 1999 hayamos estado viviendo en un cierto “limbo” legal, en cualquier momento podía y, a mi entender, debía llegar la normalización de la situación, y ese momento ha sido ahora.
A nadie se le escapa que, por ejemplo, para poder manipular alimentos, en determinadas circunstancias, una persona deba tener el correspondiente carnet, sin que ello le haga más capaz que otra persona que no lo tenga. Simplemente con ello se tiene la autorización para poder realizar la actividad de forma legal y se supone que la persona ha demostrado tener las aptitudes necesarias para ello. Pues con las armas sucede algo similar. El permiso de armas, en sus diferentes tipos, no garantiza que en última instancia el usuario del arma vaya a hacer un mejor uso de la misma, pero otorga la capacidad legal para hacerlo, a través de un procedimiento específicamente diseñado para regular esta actividad (y no, por ejemplo, la de conducción de vehículos para la que el procedimiento, requisitos y organismos reguladores son totalmente diferentes).
Otra cosa es que la medida nos guste más o menos y cuáles son los efectos que puede tener esta nueva situación en nuestra fiesta. En el corto plazo, nuestros actos de arcabucería se verán seguramente perjudicados al menguar la participación de festeros en los mismos. Pero del mismo modo estoy seguro, que en el medio plazo la situación se normalizará y aquellos festeros amantes de la pólvora, iremos progresivamente adecuando nuestra situación a las exigencias legales. En este sentido, será muy importante el papel de las Juntas de Fiestas, Federaciones locales e incluso confederaciones supralocales (entiéndase, UNDEF y/o MAFEMiC, por ejemplo) a la hora de buscar soluciones lo más económicas posibles para nuestros festeros al negociar precios especiales para los correspondientes certificados de aptitudes psicofísicas, con determinadas clínicas.
El arcabuz detonante de la UNDEF
De cualquier forma, existen posibles alternativas. Una de ellas es el arcabuz detonante que ha promovido y patentado la UNDEF y que siguiendo el ejemplo automovilístico de este post, sería como los famosos coches sin carnet de 49 c.c. Se trata de un arma de avancarga tradicional pero a la que se le han hecho las modificaciones oportunas para no poder introducirle proyectiles, con lo que supuestamente dejaría de tener la consideración de arma de fuego y no sería necesario, por tanto, disponer de licencia de armas para su uso. Y digo supuestamente, porque hasta el momento, que sepamos, sólo existe un arcabuz con estas características, el prototipo de la UNDEF, y todavía no tengo clara (llámenme escéptico) cual será la postura de las autoridades competentes ante un posible uso masivo de este tipo de armas. Sin duda alguna, la confirmación oficial por parte de las autoridades competentes de que es posible utilizar este arcabuz únicamente con el DNI y la fabricación del número suficiente de los mismos como para abastecer la demanda de armas en alquiler, sería una muy buena noticia para la fiesta de Moros y Cristianos. Esperemos que el trabajo en este sentido vaya por buen camino.
El tema económico y el problema de la pólvora
Muchas opiniones contrarias a la que yo defiendo en este artículo, esgrimen como argumento que la obligatoriedad de la tenencia del permiso de armas encarecerá la participación en los actos de arcabucería, algo de lo que no hay duda alguna. Pero teniendo en cuenta el coste que puede suponer el permiso (entre certificado de aptitudes psicofísicas y tasa administrativa) y que su vigencia es de 5 años, la medida supone unos 10-12 euros anuales como máximo, para aquellos tiradores habituales. Esto deja el coste de la participación en un acto de arcabucería, con la compra de 1 kg. de pólvora y el alquiler de un trabuco y la correspondiente cantimplora, al nivel del precio de una entrada para un concierto de un artista de renombre internacional o para un partido de futbol entre equipos de primer nivel, eventos en los que ni por asomo, somos partícipes de la misma forma que lo somos en un alardo, trabucà o batalla de arcabucería. Desde luego yo no cambio una cosa por la otra, pero al fin y al cabo, esta última reflexión es muy personal y cada uno establecerá su propia escala de prioridades.
Más allá del coste del permiso de armas, a mí personalmente, me preocupa en mayor medida el abusivo precio de la pólvora negra, que en pocos años ha visto como su precio subía más del 40% (el uso y distribución de la pólvora negra es un tema diferente al de las armas y está afectado por una normativa diferente; esta es otra historia, creo que mucho más peliaguda que la de las armas). Por otra parte, sí es cierto que la medida puede provocar que sean menos las personas que participen en los actos de forma esporádica, únicamente “por probar”, hecho que ciertamente no estoy seguro de que sea del todo negativo.
Finalmente, para cerrar la cuestión, no me parece adecuado que desde ciertas poblaciones con amplia historia festera se politice esta situación, enarbolando la bandera de la defensa de una tradición, cuando lo único que se ha hecho, a mi entender es aplicar de forma efectiva una normativa que existe desde hace muchos años y que viene a poner coherencia en la regulación de una actividad que, queramos o no, entraña un peligro importante si no se es consecuente con lo que se tiene entre las manos.
Al fin y al cabo, como suele decirse “las carga el diablo…”